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La Familia Judía: Una visión psicoanalítica

Posted in Arte y Cultura with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on agosto 30, 2009 by Marisol Zimbrón

judaismo_fotoLa práctica de la religión judía, proporciona gran cantidad de elementos que permiten ejemplificar muchos de los preceptos fundamentales en el trabajo psicoanalítico con familias.

Tótem y Tabú (S. Freud, 1913) presenta la noción significativa del papel socio-cultural y psicológico que tiene la prohibición que organiza y se transmite. La transmisión filogenética se da a través de la madre, y la ontogenética a través del padre.

La prohibición inicial es el incesto, del cual se derivan una serie de prohibiciones y leyes que conforman la cultura y la sociedad.

El judaísmo es una religión muy normativa. La vida de una persona judía está reglamentada por toda una serie de normas y prescripciones, cuyo conjunto constituye la denominada Halajá (palabra hebréa que significa, literalmente “ir”), es decir el conjunto de preceptos que estructuran la vía por la que debe transcurrir la vida del judío y que deriva de la Torá y la Ley oral. Estos preceptos organizan a la comunidad y la cultura judías y se transmiten filogenéticamente por la madre quien, a partir de su sangre legitima la pertenencia del bebé a la comunidad judía y, ontogenéticamente, por el padre quien, ejerciendo su función de jefe de familia y ley, tiene la última palabra respecto a aquello que habrá de hacerse en familia, las normas y formas en que dichas normas habrán de ser cumplidas y es quien, a partir del ejemplo, pone de manifiestas las prohibiciones y las tradiciones.

Más específicamente, uno de los preceptos de la Halajá es, precisamente, respetar las prohibiciones ya que buena parte de sus prescripciones o preceptos lo son. Dentro de las prohibiciones principales está la de no realizar actividad alguna que se asemeje al trabajo durante el sábado o shabat, no consumir una serie de alimentos específicos, no mezclar ropajes de lana y lino, no tener relaciones sexuales durante la menstruación, etc.

Como toda prohibición, la Halajá y el cumplimiento de sus normas, lleva implícito todo un complejo sistema moral y cultural. El principal precepto moral es el respeto a la vida, hasta el punto en que todas las prescripciones pueden transgredirse para salvar una vida humana. Además, este respeto por la vida se hace extensivo también a los animales, como seres de la creación y, en ese sentido, está absolutamente prohibido hacer sufrir a los animales. Únicamente se puede matar un animal si es dañino o peligroso, o si se destina a la alimentación y, aún así, las leyes de la sehitá (sacrificio de animales) establecen una serie de medidas al respecto. Pareciera entonces que, tanto la prohibición de comer carne de cerdo, por ejemplo, como la prohibición de matar animales a menos que sea estrictamente necesario y, siempre y cuando no se les haga sufrir, es resultado del proceso de evolución y culturización iniciado con el totemismo.

Por otro lado, al ser la madre la única que otorga legitimidad de pertenencia a la comunidad judía (“hijo de vientre judío, judío será”) y no el padre, podemos inferir que el vínculo más importante es el sanguíneo, seguido del de filiación, posteriormente el de alianza y, al final, el avuncular, puesto que, en el caso de la mujer judía, al casarse, es el marido al que hay que rendirle respeto y quien habrá de guiar los pasos de todos los miembros de la familia, dejando a los padres en un segundo plano, cumpliendo así, al menos en cuanto a lo que culturalmente se espera, con la “ley de hierro” de la que habla Levy-Straus y que implica la ruptura con la familia de procedencia y su ley general, rompiendo con el avúnculo a favor de la alianza conyugal que estructura la nueva familia. Esta ruptura con el avúnculo, deja ver la prohibición al incesto implícita en la mayoría de las culturas y religiones, y que, como en casi todas, el judaísmo la expresa claramente (al igual que el catolicismo) en el Levítico 18 y 20, donde queda claro que tanto el incesto como el adulterio constituyen pecados muy graves.

Además, en el Génesis 1,28 dice: “creced y multiplicaos, llenad la tierra”… o, en otras palabras (la ley del deseo): dejarás a tu padre y a tu madre, para poder hacer una alianza con una pareja que proceda de otra familia, formar con ella una familia y así prolongar la especie.

Ahora bien, la práctica religiosa del judaísmo se da en tres espacios, que corresponden perfectamente a los tres espacios subjetivos a saber:

1. Íntimo (intrasubjetivo) que corresponde a la práctica personal del judaísmo.

2. Privado (intersubjetivo) que corresponde a la práctica familiar del judaísmo.

3. Público (transubjetivo) que corresponde a la práctica comunitaria del judaísmo en la sinagoga.

El ámbito estrictamente personal, íntimo y, por tanto, intrasubjetivo, contiene las creencias, oraciones y prácticas individuales. Algo muy importante en este sentido es la relación que se establece, a través de la oración, de uno a uno únicamente con Dios.

Por su parte, el ámbito colectivo, público y, por tanto, transubjetivo, implica el culto y los ritos colectivos, generalmente dentro de la sinagoga, donde la comunidad judía se aglutina a partir del sentido de pertenencia que da la elección de una u otra sinagoga o congregación, lo cual constituye una decisión personal, generalmente tomada por el padre de familia y hay que tener en cuenta que pertenecer a una comunidad judía no implica sólo asistir al culto, sino contribuir solidariamente a subsanar las necesidades de la congregación. El judío es sumamente solidario con el judío.

El ámbito familiar, privado e intersubjetivo, es fundamental no sólo para la transmición del judaísmo a los descendientes, sino que resulta imprescindible para la práctica personal e incluso para la celebración de determinadas festividades del calendario litúrgico, en las que los ritos más importantes son precisamente los que se celebran con la familia en el ámbito doméstico.

La práctica del judaísmo en el ámbito privado, es decir, en el seno doméstico o familiar, es importantísima pues es ahí donde se aprende a ser judío, donde se empiezan a seguir las prescripciones y a adquirir el sentido de las festividades, donde se aprenden las primeras oraciones.

Es también el ámbito que instituye al individuo como sujeto de herencia y que obliga a su ser para sí mismo, a convertirse en el eslabón de una cadena a la que está sujeto sin la participación, pero tampoco en contra estrictamente, de su voluntad.

Queda claro entonces, en este caso, cómo somos constituidos en y por el deseo del otro, pero también de más de otro que nos precede y que se manifiesta en la comunidad, la tradición y la historia judía. Es entonces el individuo un sujeto singular convertido en eslabón, servidor, beneficiario y heredero de la cadena intersubjetiva de la que procede.

Las modalidades de transmisión se apoyan en las modalidades fijadas por las alianzas, los pactos y los tratos inconscientes.

El sujeto no puede saber quién es si no sabe quién lo antecedió, tampoco puede saber quién es si no conoce su lugar en la cadena de transmisión y en ese sentido, en la práctica familiar, cada uno de los miembros tiene su papel precisamente atribuido:

Al padre de familia le corresponde dirigir determinadas actividades y oraciones, tomar decisiones, instaurar reglas, bendecir el vino y el pan en las comidas festivas, realizar algunos ritos domésticos, etc.

La madre tiene a su cargo velar por la pureza ritual del hogar, especialmente en algunos aspectos tan relevantes como ocuparse de que los alimentos sean kosher, tanto por los ingredientes que los componen como por la forma de obtenerlos, conservarlos, prepararlos y servirlos para comer. También debe ocuparse de cuestiones como la limpieza ritual de la casa antes de la celebración de la Peshá o Pascua judía. Si bien el judaísmo ortodoxo no da participación significativa a la mujer dentro del culto público, en el ámbito doméstico tiene un gran protafonismo, reforzando así la distinción entre lo público y lo privado, donde la hegemonía es de las mujeres, como reflejo de lo que ha sido tradicional en las sociedades durante años.

El papel de los hijos no se limita únicamente a recibir las enseñanzas religiosas transmitidas por el padre y reforzadas por la madre, sino que tienen una función activa en ciertas celebraciones domésticas.

La práctica del judaísmo va mucho más allá, en detalles y elementos pequeños que conforman un gran todo que contiene, da pertenencia e identidad a los individuos que forman parte de dicha comunidad.

Pero, en términos psicoanalíticos y a manera de conclusión, queda claro cómo el grupo recibe al sujeto y lo nombra: judío; si es hombre, desde el nacimiento se instaura la marca inicial del judaísmo: la circuncisión, para más adelante reafirmar dicha pertenencia con el Bar Mitzvá (cuya traducción literal al español sería “hijo del precepto”) y la mujer, a través de constituir el vientre que dará sangre judía al hijo y que lo nombra como tal desde la concepción. Además de nombrarlo, lo inviste, lo ubica y lo habla, deviniendo así el sujeto en sujeto hablante y hablado por efecto del deseo de los que, como la madre, se hacen también porta-palabra del deseo, la prohibición y las representaciones del conjunto que representa al a comunidad judía y en donde, el porta-palabra grupal es el Rabino, y el porta-palabra familiar, es el padre; mientras que la porta-palabra del deseo inicial y del amor es la madre.

La familia entonces, mantiene su papel predominante como institución nuclear de la sociedad, y creadora de la transmisión cultural y del aparato psíquico de los individuos, las parejas, las familias y los grupos.