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Narcisismo y Somatización o Cuando la Soberbia Enferma al Cuerpo

Posted in Arte y Cultura, Uncategorized with tags , , , , , on marzo 10, 2013 by Marisol Zimbrón

Narcisismo

Conferencia dictada el 2 de Marzo de 2013

En el marco del congreso: “Psicoanálisis de los Pecados Capitales”

Universidad Intercontinental

México D.F., México

El pecado capital es el exceso que daña al cuerpo. El término “capital” hace referencia a que de estos pecados se originan muchos otros, según explica Tomás de Aquino.

Pero el pecado no es más que la prohibición o el tabú en el ámbito de la religión y la palabra “capital” proviene del latín capitis que quiere decir cabeza, y nunca mejor aplicados ambos términos que al traerlos al terreno del psicoanálisis cuyos fenómenos objeto de estudio, se puede decir metafóricamente, ocurren en “la cabeza” y donde dar nombre o expresión por medio de la palabra al tabú, en tanto su condición implícita de innombrable, de inefable, es el pan de cada día.

De los siete pecados capitales o vicios señalados por la Iglesia, la Soberbia es considerada el pecado originario, el más grave y serio de los pecados, porque de él emanan los demás…

Este artículo es una introducción ligera y clara al tema de la enfermedad psicosomática vista desde el psicoanálisis y explicada a la luz de la mitología y la religión como metáfora de lo que ocurre en la mente y el cuerpo que enferman.
 

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La Familia Judía: Una visión psicoanalítica

Posted in Arte y Cultura with tags , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , on agosto 30, 2009 by Marisol Zimbrón

judaismo_fotoLa práctica de la religión judía, proporciona gran cantidad de elementos que permiten ejemplificar muchos de los preceptos fundamentales en el trabajo psicoanalítico con familias.

Tótem y Tabú (S. Freud, 1913) presenta la noción significativa del papel socio-cultural y psicológico que tiene la prohibición que organiza y se transmite. La transmisión filogenética se da a través de la madre, y la ontogenética a través del padre.

La prohibición inicial es el incesto, del cual se derivan una serie de prohibiciones y leyes que conforman la cultura y la sociedad.

El judaísmo es una religión muy normativa. La vida de una persona judía está reglamentada por toda una serie de normas y prescripciones, cuyo conjunto constituye la denominada Halajá (palabra hebréa que significa, literalmente “ir”), es decir el conjunto de preceptos que estructuran la vía por la que debe transcurrir la vida del judío y que deriva de la Torá y la Ley oral. Estos preceptos organizan a la comunidad y la cultura judías y se transmiten filogenéticamente por la madre quien, a partir de su sangre legitima la pertenencia del bebé a la comunidad judía y, ontogenéticamente, por el padre quien, ejerciendo su función de jefe de familia y ley, tiene la última palabra respecto a aquello que habrá de hacerse en familia, las normas y formas en que dichas normas habrán de ser cumplidas y es quien, a partir del ejemplo, pone de manifiestas las prohibiciones y las tradiciones.

Más específicamente, uno de los preceptos de la Halajá es, precisamente, respetar las prohibiciones ya que buena parte de sus prescripciones o preceptos lo son. Dentro de las prohibiciones principales está la de no realizar actividad alguna que se asemeje al trabajo durante el sábado o shabat, no consumir una serie de alimentos específicos, no mezclar ropajes de lana y lino, no tener relaciones sexuales durante la menstruación, etc.

Como toda prohibición, la Halajá y el cumplimiento de sus normas, lleva implícito todo un complejo sistema moral y cultural. El principal precepto moral es el respeto a la vida, hasta el punto en que todas las prescripciones pueden transgredirse para salvar una vida humana. Además, este respeto por la vida se hace extensivo también a los animales, como seres de la creación y, en ese sentido, está absolutamente prohibido hacer sufrir a los animales. Únicamente se puede matar un animal si es dañino o peligroso, o si se destina a la alimentación y, aún así, las leyes de la sehitá (sacrificio de animales) establecen una serie de medidas al respecto. Pareciera entonces que, tanto la prohibición de comer carne de cerdo, por ejemplo, como la prohibición de matar animales a menos que sea estrictamente necesario y, siempre y cuando no se les haga sufrir, es resultado del proceso de evolución y culturización iniciado con el totemismo.

Por otro lado, al ser la madre la única que otorga legitimidad de pertenencia a la comunidad judía (“hijo de vientre judío, judío será”) y no el padre, podemos inferir que el vínculo más importante es el sanguíneo, seguido del de filiación, posteriormente el de alianza y, al final, el avuncular, puesto que, en el caso de la mujer judía, al casarse, es el marido al que hay que rendirle respeto y quien habrá de guiar los pasos de todos los miembros de la familia, dejando a los padres en un segundo plano, cumpliendo así, al menos en cuanto a lo que culturalmente se espera, con la “ley de hierro” de la que habla Levy-Straus y que implica la ruptura con la familia de procedencia y su ley general, rompiendo con el avúnculo a favor de la alianza conyugal que estructura la nueva familia. Esta ruptura con el avúnculo, deja ver la prohibición al incesto implícita en la mayoría de las culturas y religiones, y que, como en casi todas, el judaísmo la expresa claramente (al igual que el catolicismo) en el Levítico 18 y 20, donde queda claro que tanto el incesto como el adulterio constituyen pecados muy graves.

Además, en el Génesis 1,28 dice: “creced y multiplicaos, llenad la tierra”… o, en otras palabras (la ley del deseo): dejarás a tu padre y a tu madre, para poder hacer una alianza con una pareja que proceda de otra familia, formar con ella una familia y así prolongar la especie.

Ahora bien, la práctica religiosa del judaísmo se da en tres espacios, que corresponden perfectamente a los tres espacios subjetivos a saber:

1. Íntimo (intrasubjetivo) que corresponde a la práctica personal del judaísmo.

2. Privado (intersubjetivo) que corresponde a la práctica familiar del judaísmo.

3. Público (transubjetivo) que corresponde a la práctica comunitaria del judaísmo en la sinagoga.

El ámbito estrictamente personal, íntimo y, por tanto, intrasubjetivo, contiene las creencias, oraciones y prácticas individuales. Algo muy importante en este sentido es la relación que se establece, a través de la oración, de uno a uno únicamente con Dios.

Por su parte, el ámbito colectivo, público y, por tanto, transubjetivo, implica el culto y los ritos colectivos, generalmente dentro de la sinagoga, donde la comunidad judía se aglutina a partir del sentido de pertenencia que da la elección de una u otra sinagoga o congregación, lo cual constituye una decisión personal, generalmente tomada por el padre de familia y hay que tener en cuenta que pertenecer a una comunidad judía no implica sólo asistir al culto, sino contribuir solidariamente a subsanar las necesidades de la congregación. El judío es sumamente solidario con el judío.

El ámbito familiar, privado e intersubjetivo, es fundamental no sólo para la transmición del judaísmo a los descendientes, sino que resulta imprescindible para la práctica personal e incluso para la celebración de determinadas festividades del calendario litúrgico, en las que los ritos más importantes son precisamente los que se celebran con la familia en el ámbito doméstico.

La práctica del judaísmo en el ámbito privado, es decir, en el seno doméstico o familiar, es importantísima pues es ahí donde se aprende a ser judío, donde se empiezan a seguir las prescripciones y a adquirir el sentido de las festividades, donde se aprenden las primeras oraciones.

Es también el ámbito que instituye al individuo como sujeto de herencia y que obliga a su ser para sí mismo, a convertirse en el eslabón de una cadena a la que está sujeto sin la participación, pero tampoco en contra estrictamente, de su voluntad.

Queda claro entonces, en este caso, cómo somos constituidos en y por el deseo del otro, pero también de más de otro que nos precede y que se manifiesta en la comunidad, la tradición y la historia judía. Es entonces el individuo un sujeto singular convertido en eslabón, servidor, beneficiario y heredero de la cadena intersubjetiva de la que procede.

Las modalidades de transmisión se apoyan en las modalidades fijadas por las alianzas, los pactos y los tratos inconscientes.

El sujeto no puede saber quién es si no sabe quién lo antecedió, tampoco puede saber quién es si no conoce su lugar en la cadena de transmisión y en ese sentido, en la práctica familiar, cada uno de los miembros tiene su papel precisamente atribuido:

Al padre de familia le corresponde dirigir determinadas actividades y oraciones, tomar decisiones, instaurar reglas, bendecir el vino y el pan en las comidas festivas, realizar algunos ritos domésticos, etc.

La madre tiene a su cargo velar por la pureza ritual del hogar, especialmente en algunos aspectos tan relevantes como ocuparse de que los alimentos sean kosher, tanto por los ingredientes que los componen como por la forma de obtenerlos, conservarlos, prepararlos y servirlos para comer. También debe ocuparse de cuestiones como la limpieza ritual de la casa antes de la celebración de la Peshá o Pascua judía. Si bien el judaísmo ortodoxo no da participación significativa a la mujer dentro del culto público, en el ámbito doméstico tiene un gran protafonismo, reforzando así la distinción entre lo público y lo privado, donde la hegemonía es de las mujeres, como reflejo de lo que ha sido tradicional en las sociedades durante años.

El papel de los hijos no se limita únicamente a recibir las enseñanzas religiosas transmitidas por el padre y reforzadas por la madre, sino que tienen una función activa en ciertas celebraciones domésticas.

La práctica del judaísmo va mucho más allá, en detalles y elementos pequeños que conforman un gran todo que contiene, da pertenencia e identidad a los individuos que forman parte de dicha comunidad.

Pero, en términos psicoanalíticos y a manera de conclusión, queda claro cómo el grupo recibe al sujeto y lo nombra: judío; si es hombre, desde el nacimiento se instaura la marca inicial del judaísmo: la circuncisión, para más adelante reafirmar dicha pertenencia con el Bar Mitzvá (cuya traducción literal al español sería “hijo del precepto”) y la mujer, a través de constituir el vientre que dará sangre judía al hijo y que lo nombra como tal desde la concepción. Además de nombrarlo, lo inviste, lo ubica y lo habla, deviniendo así el sujeto en sujeto hablante y hablado por efecto del deseo de los que, como la madre, se hacen también porta-palabra del deseo, la prohibición y las representaciones del conjunto que representa al a comunidad judía y en donde, el porta-palabra grupal es el Rabino, y el porta-palabra familiar, es el padre; mientras que la porta-palabra del deseo inicial y del amor es la madre.

La familia entonces, mantiene su papel predominante como institución nuclear de la sociedad, y creadora de la transmisión cultural y del aparato psíquico de los individuos, las parejas, las familias y los grupos.

Imágenes Desde el Diván

Posted in Arte y Cultura with tags , , , , on marzo 11, 2009 by Marisol Zimbrón
Calendario Pirelli, Mayo 1999

Calendario Pirelli, Mayo 1999

PSICOANÁLISIS CONTEMPORÁNEO DEL “MÉXICO” PREHISPÁNICO

Posted in Arte y Cultura with tags , , , , , , , , , , , on diciembre 4, 2008 by Marisol Zimbrón

Nota: si eres estudiante (SOBRE TODO DE LA UIC PORQUE YO ENTREGUÉ ESTE TRABAJO EN MAESTRÍA) y quieres utilizar este u otro material publicado para alguno de tus trabajos no plagies lo que aquí encuentras, usa lo que te sirva pero citalo adecuadamente de la siguiente manera:

Zimbrón, M. (2008).PSICOANÁLISIS CONTEMPORÁNEO DEL “MÉXICO”  PREHISPÁNICO Recuperado de https://desdeeldivan.wordpress.com/2008/12/04/psicoanalisis-contemporaneo-del-%E2%80%9Cmexico%E2%80%9D-prehispanico/ el día X del mes X del año X (dependiendo en qué fecha hayas llegado tú a este artículo)

Gracias por ser honesto y respetar el trabajo de los demás.

PSICOANÁLISIS CONTEMPORÁNEO DEL “MÉXICO” PREHISPÁNICO

La fase prehispánica, como antecedente fundamental al desarrollo de México como país, equivale a la etapa del caos prepsicológico, según la teoría del desarrollo del Self, de Heinz Kohut.

Esta etapa implica que no existe ni simbiosis ni dependencia absoluta y el bebé se percibe a sí mismo con cierta autodiferenciación rudimentaria que le permite estar alerta y explorar, pero que no lo vinculan con otro, al menos no en su representación psíquica.

En el caso concreto del territorio que hoy, y desde la conquista española, conocemos como México, existían varias etnias con sus particulares culturas. Dentro de estas etnias destacaban la Mexica  o Azteca, Maya, Olmeca, Zapoteca, entre otras.

Estas etnias, a pesar de compartir ciertos rasgos culturales, no estaban unidas entre sí, por el contrario, imperaba la guerra y el caos.

Psicoanalíticamente podríamos equiparar esta situación con una desintegración total de objetos, parcializados y ambivalentes, donde las pulsiones tanto sexuales como agresivas se encuentran desneutralizadas y surgen constantemente generando conflicto.

En 1519, cuando Hernán Cortés llega a Veracrtuaz, Moctezuma relaciona su llegada con el esperado cumplimiento de la profecía del retorno de Quetzalcoatl. Esta esperanza, o esta fantasía e idealización, estaba reforzada por la necesidad de otro que pusiera órden en el caos existente. La necesidad era tal, que el invasor fue bien recibido por Moctezuma, con todos los honores y todos los privilegios, y fue tratado como un dios.

Poco a poco los conquistadores fueron tratando de destruir, y en muchos casos lo lograron, tanto lo físico como lo psíquico (ideográfico, cultural y espiritual) de los vencidos invadiendo así no únicamente su mundo externo, sino también su mundo interno y por la fuerza, en muchos casos, obligándolos a pasar a la siguiente etapa en el desarrollo sélfico: la etapa del self naciente, en la cual se conforma un sentido de sí mismo ante otro regulador (self-objetal) es decir, que surge un sentido de iniciativa que permite aceptar las acciones del Otro regulador distinguiendo entre afecto o desafecto de este otro.

Sin embargo, este paso a la siguiente etapa se dio en medio de un trauma, el llamado trauma de la conquista, yo lo llamaría trauma de la invasión que, como todo trauma implica una fuerte desorganización del yo y una mayor fragmentación del self naciente. En medio de esta desorganización yóica, los mecanismos de defensa dejan de ser adaptativos y se intensifica la utilización de mecanismos más arcáicos y primitivos (negación, identificación proyectiva, idealización-devaluación, etc.), dominados por la escisión.

Esta escisión y debilidad del Yo se traduce, en el caso de las culturas prehispánicas que una vez dominadas por los españoles constituyeron México, en una mentalidad dependiente y autodevaluada que, en su mayor parte prevalecen hasta la actualidad pues el trauma no ha sido suficientemente bien elaborado por gran parte de la sociedad y aquellos que hemos logrado elaborarlo aún nos topamos con la intensa resistencia al cambio de aquellos que siguen sumidos en un complejo de inferioridad, que se traduce en prepotencia y violencia, como intentos de compensar ese sentimiento generalmente inconsciente, y a veces consciente.

Esquemáticamente, el aparato psíquico de México, como país-grupo puede presentarse de la siguiente manera:

Marisol Zimbrón F. Derechos reservados

Realizado por: Marisol Zimbrón F. Derechos reservados

Si tuviéramos que plantear una aproximación psicodinámica del Mexicano, podríamos decir lo siguiente:

Dada la identidad difusa como sociedad, así como la utilización de mecanismos de defensa principalmente primitivos, aunque también están presentes algunos avanzados. La prueba de realidad está, mayoritariamente preservada, aunque podemos considerarnos un país muy surrealista donde las contradicciones coexisten en nuestra cotidianeidad.

En cuanto a la identidad debemos tener en cuenta que la conformación de una identidad sólida es complicada, pues no somos aztecas, hay que reconocerlo, pero tampoco somos españoles. Tenemos elementos de ambos pero estamos, por un lado, enemistados con los segundos por este complejo de inferioridad y discriminamos a los primeros. Escindidos seguimos, en medio de dos pasados que, si bien nos conforman, no hemos sabido integrar para fortalecer nuestra identidad como país. De alguna manera, nuestros objetos siguen mayormente desintegrados.

Desde este enfoque, podemos hablar de que México es, por el momento, una sociedad con una a-estructural, con una organización fronteriza. Y digo por el momento pues creo que, en el caso de las sociedades, podemos hablar de la posibilidad de evolución que permitiría llegar a una estructura neurótica a través de procesos de reformas importantes y de educación, así como de luchas contra aquellos sectores que jalan a la sociedad a una regresión más de tipo psicótico-paranoide que a una progresión.

Por otro lado, las pulsiones están poco neutralizadas, de manera que se manifiestan más burdas tanto la agresividad como la sexualidad. El Yo-social es medianamente operativo ante un superyó débil y un ello predominante y, en muchos casos, excesivamente fuerte.

Remontándonos a la época prehispánica, podemos comprender que, desde entonces, en medio de constantes luchas entre las distintas etnias que ocupaban el actual territorio mexicano, se fue gestando una gran cantidad de agresión y destructividad, intensificadas por la frustración generada por la fuerte herida narcisista inflingida por la invasión-conquista española y las subsecuentes guerras e intentos de invasión (Estados Unidos y Francia, principalmente).

La sexualidad, por su parte, quedó a nivel pregenital, fortaleciendo el ello y debilitando los valores morales y las leyes. En este sentido, el pronóstico de posibilidades de evolución hacia un funcionamiento más neurótico como sociedad, considero se puede ver apoyado por el hecho de que el mismo mexicano que en su país no cumple las leyes ni las normas, cuando emigra y forma parte de otra cultura tiende, con relativa facilidad, a adaptarse y fortalecer su superyó y actuar de manera mucho más estructurada.

Ante la desintegración de objetos, las relaciones establecidas por los mexicanos, desde la época prehispánica hasta la actual, son principalmente inestables y parciales.

Betty Joseph decía que la transferencia está llena de significado e historia, que es todo lo relevante en la organización psíquica desde la infancia, las fantasías, las defensas y los conflictos.

La época prehisánica, al momento de la llegada de los invasores-conquistadores, corresponde entonces a los primeros momentos de vida de lo que hoy es nuestra sociedad, las fantasías actuales, así como los elementos de nuestra identidad, surgen de la síntesis resultada del conflicto entre mitología y cultura indígena vs. Religión y cultura hispánica. Nuestra infancia como sociedad estuvo entonces plagada de conflictos que obligaron al desarrollo de infinidad de defensas en un intento por preservar la integridad en medio del conflicto, en medio del caos.

Ahora bien ¿cómo integrarnos?

Roy Schaffer describía el encuentro analítico como un encuentro narrativo, en el sentido de que el análisis es un contar historias de nosotros mismos a otro, donde la tarea es construirnos una nueva historia, cambiar nuestra novela personal, el guión y el desarrollo de los personajes con otro desenlace, partiendo del principio de realidad.

Así mismo, conocer nuestra historia e interesarnos por ella es el punto de partida para aprender a leernos y re-escribirnos de manera diferente, comprendiendo, integrando y elaborando los elementos, buenos y malos, que nos conforman como sociedad.


“México” aparece entre comillas en el título pues México no existía antes de la llegada de los Españoles.

Invasor puesto que el español guerrero invadió, los misioneros católicos fueron los que realmente conquistaron por medio de la fe.

“La Historia de México”, un sueño de Diego Rivera

Posted in Arte y Cultura with tags , , , , , , , , , , , on junio 22, 2008 by Marisol Zimbrón

En una época en la que México se encontraba inmerso en luchas políticas y ataques a su soberanía, el 8 de diciembre de 1886 nace en Guanajuato el pintor Diego Rivera, quien  desarrolló los principios de una línea de conducta social y arraigo artístico que plasmaría en su obra a lo largo de su vida.

 

Junto con la precocidad que lo caracterizó de niño, Diego manifestó desde muy temprana edad una excepcional retentiva óptica y emocional que habría de demostrar claramente en su producción muralista.

 

El ambiente de libertad que se respiraba en el México post-revolucionario despertó en Diego la inquietud y el deseo de iniciar un movimiento renovador del arte mexicano. El arraigo a lo mexicano, al país y a la raza, avivan en Diego el sentido de pertenencia y orgullo que influyeron fuertemente en su inspiración y trabajo: su nacionalismo, su mexicaneidad, su patriotismo y su paisanidad se manifiestan de manera creativa y emotiva en el logro del resurgimiento artístico mexicano, logro que compartiera con Orozco y Siqueiros.

 

La obra de Diego se desarrolló a través de los murales, donde sigue una pauta clara de unidad indisoluble, pero también en el caballete, donde por el contrario representa distintas facetas del espíritu nacional. Es justamente este espíritu nacional el que juega en él el papel de la “musa” que inspira su creación.

 

A pesar de la inmensa producción artística de Rivera, en esta ocasión nos centraremos únicamente en los murales, específicamente en los de La Historia de México, frescos pintados en las paredes del Palacio Nacional de la Ciudad de México.

 

Esta elección se basa en las similitudes que esa obra guarda con los procesos intrínsecos de la onirogénesis (origen y procesos de los sueños) a la luz de la teoría psicoanalítica freudiana y la psicología del ello.

 

Santiago Ramírez (1977) en alusión a la producción plástica de Diego Rivera dice “… todo se amalgama y funde bajo el genio de su capacidad creadora.” Y es así como en los sueños, bajo los mecanismos del inconsciente, todo se condensa y sintetiza.

 

Pero Santiago Ramírez, sin hacer realmente alusión a los sueños, va más allá en la descripción analítica que hace de la pintura de Diego Rivera cuando dice: “Al ver una pintura de Diego Rivera conocemos sus ideas y puntos de vista, personales e íntimos”. De igual manera, los sueños nos permiten conocer el mundo más íntimo de las personas, su inconsciente.

 

La división clara entre lo “bueno” (prehispánico y proletariado) y lo “malo” (hispánico y capitalista) nos muestra el carácter concreto e infantil que subyace al proceso creativo de Diego, del mismo modo que los deseos pulsionales, inconscientes, infantiles y reprimidos son la esencia de la producción y el significado de los sueños.

 

Un suceso importante en la vida de Diego -durante su infancia- será repetido y elaborado una y otra vez en sus murales: su nodriza Antonia, esa india silenciosa que lo crió y que aparecerá siempre, representada por la indígena, vestida de forma colorida, haciendo de comer, alimentando, cargando niños, etc. es un motivo recurrente en “los sueños” de Rivera vueltos murales.

 

En sus murales Diego valora y resalta las propiedades nutritivas del mundo indígena y niega todo aporte benéfico del mundo hispánico. Diego asociaba -quizá consciente o quizá inconscientemente- el mundo indígena prehispánico con la bondad, el alimento, el calor, la vida, la luz y el color… en pocas palabras, con todo aquello que una buena madre nos representa en la infancia y, de manera menos intensa quizá, en toda la vida.

 

Entonces, podemos inferir la condensación que Diego hace al representar, en todas las mujeres indígenas de sus murales, a la nana Antonia, que fue más madre para él que su propia madre biológica. De Antonia introyectó el amor y la identificación con el mundo indígena. Esta influencia es mucho más fuerte incluso que la de la ideología paterna. En términos de la psicología del mexicano es fácil comprender este fenómeno, ya que el nacionalismo de Diego fue “mamado” de la nodriza Antonia, y el patriotismo fue aprendido de la ideología contestataria del padre y, dado que el nacionalismo es aquello que internalizamos de la madre -nuestro primer contacto con el mundo- y el lugar donde nacimos, se inscribe por ello en lo más profundo de nuestro carácter, nuestra mente y nuestro ser.

 

Nacionalismo y patriotismo, ambos elementos inculcados desde la infancia temprana e inscritos profundamente en el inconsciente de Diego.

 

La función de “cumplimiento de deseo” que se le atribuye al sueño se encuentra en la alusión que Diego hace de la posibilidad de resolver los conflictos del mexicano a través de la conjunción y la condensación del pasado y el futuro, en ese mundo atemporal de sus murales y de su inconsciente. Resolver la pobreza, la desesperanza, la inquietud, la guerra… a partir de lo que en ese momento eran para él las opciones viables: el socialismo y el retorno a las raíces indígenas, haciendo a un lado -en la medida de lo posible- toda influencia extranjera. Así queda claro con el manejo de colores que hace, plasma a españoles, franceses y demás extranjeros con figuras encorvadas, rostros severos y fríos, en contraposición directa con el colorido, la luz, la fortaleza y la bondad que reflejan sus mexicanos.

 

Otro elemento que permite la similitud entre los murales y la producción onírica es la prodigiosa libertad que lo “ilimitado” del espacio sobre el que se pintan le otorga al pintor y que le permite realizar grandes desarrollos temáticos de carácter narrativo, cuyo “personaje” principal, no evidente pero sí latente, se muestra al ojo observador: la idea nacionalista  de  enaltecer  al  México  orgulloso  en  su  resurgimiento  -como el contenido latente de los sueños, que se oculta, pero a la vez se muestra al oído analítico a partir del relato de los mismos-.

 

Toda obra artística implica simbolización y Rivera hace un extensivo uso de la misma en sus murales cuajados de elementos folklóricos y populares compuestos en planos apretados, dando como resultado una composición donde aparece todo cuanto fuera significativo para él y lo que quería trasmitir. Sus “restos diurnos” [1] están formados por los elementos de la vida cotidiana del México por el que viajaba para extraer material para sus pinturas. Su deseo: imponer por su pincel el arraigo a lo mexicano y la transmisión de su ideología proselitista.

 

Así son los sueños, una elección de infinidad de imágenes y símbolos que pretenden transmitir al soñante mensajes de lo que para el inconsciente es importante en ese momento. Sus murales parecen imágenes oníricas en las que se condensan, desplazan y simbolizan[2] elementos de toda índole, en un espacio atemporal como el inconsciente, en donde no existen las contradicciones aunque para la consciencia y la razón así lo fueran.

 

A la luz de la interpretación onírica es posible descifrar la exégesis artística de sus murales, puesto que parte de la grandeza de Rivera reside en el haber sabido transformar lo aparentemente insustancial en elementos cuyo significado individual va mucho más allá de lo observado a primera vista, y cuyo valor, como parte de la unidad que conforman, trasciende la mera traducción de la historia que encierran y permite que la imaginación, la intuición y las asociaciones de quien lo observa proyecte parte de su propio mundo inconsciente en la búsqueda de sentido de lo que Diego plasma en su trabajo.

 

Por otro lado, el proceso creador implica, al igual que ocurre en el sueño, un desdoblamiento de la personalidad en tanto que el artista, al igual que el soñante, es a la vez actor y testigo de lo que pinta, y de lo que sueña.

 

Diego reunía así elementos de su realidad y de su fantasía, de su memoria y de sus ideales, de sus deseos y sus prohibiciones, encontrando la síntesis de todos ellos no en la representaci la belleza que es obvia y evidente para todo ser humano, sino la belleza escondida, la interna, la que requiere ser primero descifrada antes de poder ser expresada. La que debe ser simbolizada, condensada y desplazada para poder ponerse en una imagen que exprese más allá de lo manifiesto, que esté cargada de significados asequibles para el que se atreva a observar más allá y “leer” lo que entre líneas la imagen nos dice… para el que se anime a interpretar, descifrar y traducir lo que la imagen onírica nos quiere transmitir del soñante… como las pinturas de Diego nos hablan de su interior, sus deseos, sus necesidades, sus conflictos, sus pasiones y más.

 

Bibliografía:

 

·         Freud, S. (2002). La Interpretación de los Sueños. España: Alianza Editorial

 

·         Gual, E. (1980). Los Grandes Maestros de la Pintura Mexicana: Diego Rivera. México: Promexa.

 

·         Ramírez, S. (1977). El Mexicano, Psicología de sus Motivaciones. México: De Bolsillo.


[1] Reminiscencias de vivencias y estímulos experimentados durante el día y que quedan registrados a nivel inconsciente para posteriormente, y por su carga afectiva, ser plasmados en el sueño.

[2] Estos tres elementos: condensación, simbolización y síntesis constituyen 3 funciones del proceso primario de pensamiento y que son las que dan forma a los impulsos y recuerdos que originan el sueño desde el punto de vista psicoanalítico.